por
Dragón de Madera
Por décima ocasión blue bird se repite en la
pestaña que mantengo adosada para youtube,
la canción de j-pop no cautivan mis
sentidos hasta que se llega al momento cúspide de la canción, anunciado en el
propio vídeo, al ser los segundo donde las bailarinas japonesas sobresalen con
mayor gracia.
Aprovechando la influencia que ha dejado el alcohol, puedo hasta
creer que me va da por llorar, luego de ver a las pisa flores niponas dar sus
giros, pero llega el final de la canción, y nada ha brotado, solo un ligero twerking en el ojo. Doy click al símbolo de reciclaje y la canción
se reproduce una vez más.
Me voy formando, ampliando mis saberes y consumiendo
un venenoso optimismo, pero la pretensión de vivir como creativo en una
realidad donde el memo se presenta como el mandato y la voz que te invita a
pagar el servicio premium de spotify resuena como eco atemporal de la
campana de Pávlov, mete a la oficina en el top 7 de infiernos en vida.
Pero no, no es el miedo a peinarme lo que me
entristece. Aquello que me tiene con cierta parálisis mental y facial, es la
ausencia de una animosidad que llegue a creer permanente. Pero nada es
permanente, blue bird se acaba y
cierro la pestaña.
Blue
bird o azulejo en
español es una canción que me atrajo por la idea metafórica de haber contado
con una pequeña ave de plumas azules, que al danzar con los vientos de verano
me dejaba hipnotizado. Azulejo que me llenaba de alegrías al cagarse en lo
absurdo del mundo y amarguras cuando su ausencia se hacía notar.
El azulejo es la pasión, no la sui géneris. Hablo de
una enfocada hacia rubros que exigen ser atendidos con premura y furia en el
presento, pero que ya no despiertan el sentimiento eufórico del ayer. Y lo
lamento, pero este informante no sera guerrero.
Fuera de mi persona, escupitado sobre la lap, el viejo azulejo sometido a un
claro proceso de taxidermia, se queda mirándome desde arriba del librero,
ausente de toda vitalidad ahora me tenía que enfrentar con un maniquí lleno de
viejas aspiraciones que se aparece en la mente y rostro de viejos conocidos.
No es que las pasiones que despierta el azulejo no
puedan estar repletas de vida y misterio, el show es que para mis sentidos, el ave fue intervenida por Catellan,
quien la dejo sin vida en su féretro emplumado, adornado con falsos ojos que
vigilan y perturban por igual .
Catellan no me agarro a mí y eso es lo que me
importa. Ya que entre ser un cadáver pútrido reclamado por la historia o un maniquí
significante del nuevo arte, me quedo de lleno con lo primero. Me mantengo estático
pero no seré petrificado.
El ave no se marcha y exige mi atención, pero ¿porque
me habría de importar el pensar de un cadáver?. No soy tan ilógico. Y lo
admito, cuando la veo me siento frustrado. Le tiro maíz en el pico, pero cada semilla
termina en el piso, al chocar contra el pico que se mantiene sellado.
El azulejo exige ser introducido en mi cámara de las
maravillas entre el danzante de resortes y el cuerno de unicornio, en donde el
polvo lo valla devorado como autógrafo de youtuber.
El polvo lo cubre todo y sobre mi tendedero se posan un ave de pecho amarillo y
otra de rojizo, sonrió y sigo escribiendo.